Sandra nació y vivió hasta sus 43 años en la Curva de Maroñas. Su padre trabajó durante tres décadas de su vida en una marmolería que hoy, a los 56 años de su hija Sandra, está cerrada. Su madre fue una trabajadora dedicada a las tareas del hogar y, tras el fallecimiento de su esposo, fue empleada doméstica.
Cuando ella cumplió 18 años, su padre, Agustín, fallece por cáncer al estómago. Carmen, su madre, quedó sola al cuidado de sus tres hijos: Mari, Agustín y la propia Sandra. Como ya había finalizado la escuela y el liceo en el ámbito público tuvo, tras el fallecimiento de su padre, que estudiar algo “rápido”. Tenía que a trabajar y proporcionar un ingreso a su casa. Primero estudió para ser nurse, pero terminó por dedicarse a la enfermería “me recibí dos años antes”.
Hoy le quedan tres años para jubilarse. “No me arrepiento de ser enfermera, pero si me hubiese gustado ser nurse”, advirtió Sandra para luego aclarar que está “orgullosa” de ser enfermera. Tiene dos hijas: Ana Laura de 30 años y Ana Paula de 27. Conoció a su compañero Sergio “Checho” a los 17. Estudiaron juntos en el liceo 19 y, luego, en el Damaso.
Sandra conoció a FUCVAM a través de sus compañeros de Sindicato de la Industria del Medicamento y Afines (SIMA). Las y los trabajadores del medicamento organizados decidieron, en 2005, conformar una cooperativa, COVISIMA, integrada por 25 familias. Ella ingresó junto a su compañero en 2007.
Pero el terreno concedido a la cooperativa, seis años después de conformarse COVISIMA, fue demasiado grande y la cantidad de núcleos aumentó. Finalmente, en diciembre de 2014 la cooperativa quedó inaugurada. Para ese entonces Sandra se desempeñaba como fiscal e integró la Comisión de Trabajo junto a su hija mayor, Ana Laura.
Esa tarea militante fue la primera en forjarle la paciencia: “llevaba muchas horas y la idea era controlar las horas marcadas por compañeros”. Siempre le iban a reclamar más horas de las que ella registraba con las marcas y, más aún, sobre el final, cuando “la gente se enloquece por la deuda de horas” por ayuda mutua.
Durante período de autoconstrucción de su hogar y el de sus compañeros de trabajo, la vida para Sandra “fue intensa”. Pero también descubrió, en esa inauguración, a fines de 2014, una verdad: “la cooperativa me cambió la vida, hubo una Sandra antes de la cooperativa, y otra después”.
Cuando Sandra rememora como era “antes” de COVISIMA, asegura que era una “persona retraída y no muy comunicativa”. “No me gustaba mucho el intercambio con la gente”, informa Sandra, para luego asegurar que después de ese proceso aprendió “a compartir, a trabajar, a apoyar, a escuchar”. La cooperativa se inaugura en 2014, pero Sandra puede recién habitarla un año después. En ese interín, tras unas segundas elecciones que se celebraron en la cooperativa, aquella Sandra sin miedo a hablar en público y que dejó de lado la autocensura, fue elegida como presidenta de COVISIMA.
“Al principio, cuando Sergio me decía que fui electa como presidenta, no le creía. Pensé que me estaba haciendo una broma. Estaba trabajando en el momento que hicieron la selección y el conteo. Me llegó un mensaje de Sergio”, recuerda con detalles Sandra.
En la dirección de COVISIMA, por suerte, según advierte ella, se habían elegido cinco integrantes, de los que dos eran fundadores. “La presidenta vas a ser vos”, le respondieron cuando Sandra planteó sus inseguridades sobre su idoneidad para desempeñar el cargo.
Le dijeron que la apoyaban y que estuviese tranquila. Entre apoyos y compañerismo pudo darse cuenta, aquel 2018, que existía “otra” Sandra. “Descubrí que en las Asambleas la gente me prestaba atención y me tenía respeto. Mis compañeros guardaban silencio, prestaban atención y me escuchaban. Ahí empecé a darme cuenta de que tan insignificante, como pensaba, no era. La gente me tenía en cuenta”, describe sus sentires.
De esta manera, comenzó a asistir a los plenarios en FUCVAM. En esos momentos, a nivel central se debatía la lucha por el 2%. El tema la invitó a participar activamente. Luego, Gustavo González, como exsecretario de FUCVAM, la invitó a integrar la Dirección Nacional. Sandra Bargas es dirigente desde 2019.
“Era otra Sandra, ya me había convertido en la Sandra que se anima. Lo hago, me largo y bueno, ¿qué puede pasar? Después lo veo. Entonces, bueno, entré en la dirección de FUCVAM. Y hasta ahora estoy acá”, concluye ella.
¿Qué pensás del hecho de que haya siete mujeres en la Dirección Nacional de FUCVAM?
Como en este país y en el mundo, parece, la participación de la mujer se ve relegada en muchísimos espacios. En FUCVAM, también. Que durante este período de la Dirección Nacional hayan siete mujeres me parece espectacular. Muy bueno.
Además, se nota que nuestra forma de pensar no es la misma que la del hombre. El hombre como que piensa en el problema de ese momento puntual y trata de resolverlo ahí.
Las mujeres siempre vamos más allá y tratamos de ver qué va a pasar y por qué sucede eso, qué ocurre en ese momento. Entonces el componente de mujeres en la Dirección se nota. Los compañeros varones que están en la mesa, al mismo tiempo, respetan nuestros tiempos y lo que opinamos. Y se nos tiene en cuenta cuando hay que tomar decisiones.
¿Qué destacarías de tus compañeras en la Dirección Nacional y en tu cooperativa?
En la Dirección somos todas diferentes. Algunas tenemos, no decirte fallas, pero sí que cada una destaca en cosas diferentes. Nos compensamos entre todas. Siempre nos tenemos en cuenta para que otra participe. Ha pasado de que hemos estado en reuniones y para enviar a alguien en representación de la Dirección Nacional se propone el nombre de un hombre y, nosotras, hemos propuesto el nombre de una mujer. Eso está bueno. Porque nos damos para adelante.
Me han dicho Sandra, ¿por qué no vas vos? Y gracias a eso he crecido. Me ha tocado hablar en público y con la prensa por ser de la Dirección. He pasado muchos nervios, porque siempre se tiene ese miedo de qué voy a decir y de no equivocarse.
La presencia masculina es muy avallas ante a veces ¿no? Y las mujeres hemos tenido que aprender a participar.
En mi cooperativa hay de todo. Alguna compañera que se encerró en su casa cuando se mudó y se olvidó un poco de la cooperativa. Y está la que está dispuesta hacer algo. Por lo general, participa el hombre, como que las mujeres nos olvidamos un poco.
¿Cómo te definirías vos como militante?
Creo que le pongo toda la voluntad del mundo. Tengo en este momento, como pasa mucho en Uruguay, una adulta mayor a mi cuidado: mi mamá tiene 94 años. Vivo con ella y le tengo que dedicar tiempo. Me quita hora de militancias para poder venir a las reuniones porque no tengo con quien dejarla.
En ese sentido, es difícil y eso me ata un poco. Me gustaría participar muchísimo más. El tener un adulto mayor a mi cargo es difícil. Mi compañero no me abandona, ni me deja sola. Me ayuda en los cuidados, él le hace el mate, él le prende la tele, él le ayuda si tiene que ir al baño y no puede, le ayuda a levantarse, le ayuda a la trae, la lleva, le va a la panadería a comprarle pan para que no le falte. Nos repartimos, sí, a veces, los cuidados, pero recae mayormente en mí, recae en mí. Pero es mi mamá, también.
¿Qué le dirías a una mujer que está por comenzar una cooperativa de vivienda o por tomar un cargo dentro de su cooperativa o una responsabilidad?
Que se anime, que se largue, porque a mi familia y a mí nos cambió la vida vivieron con una cooperativa. Nosotros pasamos de vivir en una casa donde no tenía iluminación natural, muy poca, donde si no prendía la luz durante el día no veía, con poca ventilación, no tenía muchas ventanas en mi casa tampoco. Pasé a una cooperativa con una casa a estrenar. También esta el hecho de saber que la casa la hiciste vos, eso es impagable para mí.
Vos creás un sentimiento con respecto a eso, a que lo hiciste vos, porque la luchaste, pasaste horas allí, perdiste horas de sueño, tuviste a tus gurises chicos en una asamblea, hiciste planchadas y depositaste horas de trabajo. Eso te genera un sentimiento hacia tu cooperativa que es muy fuerte.
Le dije: “dale, mandá el mensaje, anímate, porque, a ver, donde vos estás, estás de agregada en la casa de tu madre, vos te podés hacer una casa, una casa que la vas a estrenar vos, una casa en la cual le vas a poder dar un techo digno a tu hija y vos misma vas a poder vivir en una vivienda digna. Entonces, ¿lleva trabajo? Sí, lleva trabajo. ¿Te vas a cansar? Sí, te vas a cansar. Hay días que vas a querer largar todo al diablo y te vas a querer ir, porque todo nos pasa. Pero el sentimiento que vas a sentir el día que por primera vez abres la puerta de tu casa y entres sepas que eso es tuyo, no tiene nombre”.
Como somos trabajadoras, la posibilidad de tener una casa propia, no la tenemos. No tenemos el ahorro para poder conseguir una casa nueva y comprar una casa. Nuestro trabajo, nuestro sueldo no da para eso no se logra como trabajadora. No podes comprar una casa.
Pero, además, vivir en una cooperativa no es solo conseguir una casa es también un modo de vida. Hoy estoy tranquila de que si me pasa algo, alguna urgencia, salgo por la puerta y golpeo cualquier otra; y mis vecinos estarán conmigo.
Son mis compañeros de trabajo, los que me conocen, los que trabajamos juntos, los que hicimos esa cooperativa, están para lo que yo precise, mi familia precise, así como nosotros estamos para ellos. Porque el sentimiento que tenemos de solidaridad es muy grande.
Nuestros gurises crecen en la cooperativa y crecen en una comunidad donde nos conocemos y ayudamos todos.
¿Qué significa para vos el 8M?
El 8M es un día que me gustaría que las mujeres lo tuvieran más en cuenta. Hay mucha gente joven que no se compromete y no le interesa. Y eso es bastante jodido. Aunque en los últimos tiempos el avance en la participación de las compañeras, nos visibilizamos más y nos están teniendo en cuenta. La mujer puede trabajar a la par del hombre. El vivir en la cooperativa y levantar la mano, eso es lo que ha ido llevando a que voten a las mujeres.
Hemos logrado el avance de la participación de las mujeres en las cooperativas. Cuando participé de la directiva de mi cooperativa fui la primera mujer, ahora está mi hija. Fue un gran orgullo. Las mujeres antes no querían participar pero ahora nos están viendo, ya podemos ser parte, nos están viendo y nos dejan participar. Eso ha ido mejorando.